Tengo
que reconocerlo: desde que llegué a este centro tuve la sensación
de enfrentarme a presencias extrañas. Y no me refiero al instante en
que conocí al director, o a la visión de ciertos profesores o
alumnos, -que lo son-, sino a presencias extrañas de verdad, de las
que te hacen temblar de arriba a abajo. Siempre supe que había un
lado oscuro en este centro.
Desde
el primer instante los profes más viejos del centro hablaban casi a
escondidas de historias y leyendas extrañas; curiosas la mayoría de
las veces. De todas, la que me impactó más en un principio fue la
que se conocía como la Leyenda del alumno-tiza. Después de
mucho preguntar, pude reconstruir la historia más o menos como debía
haber sucedido: cuenta la leyenda que un alumno odiaba tanto el
instituto que para evitar que los profesores dieran clase, guardaba
todas las tizas que encontraba dentro de un azulejo de un pasillo.
Así durante semanas y semanas. Este hecho enfadó mucho a Tizón,
el dios de las tizas, de forma que un día lanzó su maldición sobre
el alumno y lo convirtió en tiza. Y quedó petrificado (bueno,
realmente tizaficado).Y lo llamaron el alumno-tiza.
Según
cuentan, todos los azulejos blancos que faltan o se caen de los
pasillos, son obra del fantasma del alumno-tiza, que busca
desesperadamente el lugar donde guardó las tizas que fue escondiendo
en vida. El espíritu cree que el día que las encuentre desaparecerá
la maldición. Y su cuerpo (cuerpo-tiza, mejor dicho) se conserva en
algún lugar secreto del instituto, concretamente envuelto en papel
higiénico, y custodiado por tres Guardianes que se camuflan como
trabajadores o alumnos del centro; ellos son los únicos vivos que
conocen el lugar exacto de su ubicación. Desde hace años he
intentado buscar el cuerpo-tiza por todos los rincones, pero sin
éxito. También he intentado saber los nombres de los tres
Guardianes, pero tampoco he conseguido nada. Y aunque tengo alguna
pista, seguiré indagando hasta estar seguro.
De
todas formas, mi primera experiencia paranormal en el centro fue tras
una sesión de evaluación. Recuerdo que era diciembre, porque mi
polar olía a anís -y no creo que fuese de un caramelo precisamente-
y además tenía restos de turrón de chocolate Hacendado en uno de
los bolsillos del pantalón. En el otro bolsillo había una masa
pegajosa, que debían ser restos de pestiños. Pero no podría
jurarlo. Era pegajoso y olía a rancio. A lo mejor eran restos del
año anterior.
Debía
de ser tarde, cerca de las 9 de la noche -para que digan que no
trabajamos- y soplaba un gélido viento del norte. Al terminar la
sesión en la biblioteca, me dirigí arriba, hacia la sala de
profesores a recoger mi carpeta. No es que tuviera nada en la
carpeta, pero la usaba para entrar y salir del instituto con algo en
las manos. Quería dar la apariencia de buen profesor, cosa que nunca
he conseguido, por cierto.
A
esas horas no quedaba ningún profesor en el centro, así que me
apresuré para que Manolo y Paco pudieran cerrar. De repente, al
acercarme a la puerta de la sala, oí unos sonidos extraños al final
del pasillo. No sabría definirlos bien: una mezcla de berridos,
bramidos, alaridos y cosas parecidas. Era uno de esos momentos en los
que parece que el mundo se detiene ante tus ojos y el miedo y la
curiosidad se mezclan formando una combinación explosiva. El pasillo
estaba oscuro, por lo que no adivinaba que podía ocurrir. Me quedé
aterrado, paralizado, casi como el pasado año cuando me enteré de
que no cobraría la extra de Navidad. Un sudor empezó a recorrer mi
espalda. No sé si era por el miedo o por las dos camisetas
enguatadas de Decathlon que llevaba. Nunca lo sabré. Pero sudaba lo
mío.
Verdaderamente
estaba paralizado. Mi madre siempre me había dicho de pequeño que
cuando tuviese miedo cantase una canción. Intenté recordar alguna
pero no me venía ninguna a la cabeza. De pronto vino la inspiración,
y empecé a tatarear La Ramona. No la versión de King África,
sino la original. Yo en esos asuntos soy muy vintage. (Nunca he
entendido qué significa eso, pero siempre queda bien soltarlo de vez
en cuando).
Tenía
mucha hambre, ya que esa tarde mi madre (la de la canción) me había
castigado sin merendar por haber suspendido a muchos alumnos. Además
de hambre tenía ganas de comer. Ahí mismo entendía lo del refrán
popular que dice que “se han juntao el hambre y las ganas de
comer”. ¡Qué sabia es la sabiduría popular! Así que mi
estómago empezó a emitir sonidos extraños, solapándose a los
bellos acordes de la Ramona y acompañando a los espantosos sonidos
de la criatura. Porque sí, a esas alturas de la historia, estaba
seguro de que alguna criatura extraña estaba cerca de mí.
Mientras
cantaba la parte de tiene un globo por cabeza y no se le ve el
pescuezo recordé las palabras de un compañero de esa época en
el instituto que decía que a veces se oían sonidos de cadenas
arrastrándose por el suelo en el centro. Se rumoreaba que había
algún espíritu burlón que moraba entre las aulas y pasillos. Tal
vez algún alumno que no entendió las fracciones y su espíritu
volvió buscando venganza, o tal vez el alumno-tiza. Pero no, el
sonido no parecía ni de cadenas ni de fracciones ni de tiza. Más
bien era el aullido de una bestia terrorífica. Recordé entonces la
leyenda del Cortadurcornio, un ser mitológico mitad Cortadura
y mitad Unicornio, pero no creo que fuera el caso. Por si acaso,
decidí largarme lo más pronto posible. Y es que siempre me han dado
miedo esas cosas. Yo nunca he visto una película de miedo. Lo más
de miedo que he visto ha sido un capítulo de Doraemon en el que se
viste de Drácula. Y me tuve que tapar la cabeza con una colcha...
De
repente, algo se movió. No lo vi debido a la oscuridad, pero lo
sentí. Hay cosas que se sienten, aunque no las veas. Y me quedé
petrificado. Un nauseabundo olor llegó a mis narices. Pensé: tengo
que lavarme los pies más a menudo. Pero no era el olor de mis
pinreles. Era todavía más desagradable (cosa que, por cierto, no
creí que existiera). Tal vez era el olor de la muerte. O era la
propia muerte en persona. Era la putrefacción en su estado más
puro. Es decir, la puraputrefacción. No sabía qué hacer. Si me
tapaba la nariz, no podía cantar bien, y ya iba por la estrofa de a
lo lejos viene un barco de balleneros, han tirao las redes, la
remolcan por los pelos. Pero si
no me la tapaba iba a desmayarme. No vivía una situación de
decisión tan crítica desde que un día en el cole hicieron un
Desayuno Andaluz y tuve que decidir entre un batido de fresa o
chocolate. Y lo recuerdo como algo traumático, porque el maestro me
dijo: tú eres tonto
chaval. Y todo porque
puse en el papelito que había que entregar que lo quería de
vainilla...
Y
sucedió lo inevitable: la criatura, o lo que fuese, venía hacia mí.
Eran pasos seguros y firmes. La criatura debía ser corpulenta.
Aunque he de reconocer que para mí casi todo el mundo es corpulento.
Cerré los ojos y me encomendé a San Torrente, patrón de los
putrefactos. Apreté los ojos todo lo que pude. No recuerdo haber
apretado tanto los ojos desde que me mandaron al móvil una fotos de
la Duquesa de Alba en top-less. Casi se me salen los ojos de las
órbitas. No podía articular palabra u letra de canción posible. La
Ramona dejó de oírse en el centro. Mi corazón latía sin parar.
Pensé en lo peor... Aunque instantáneamente pensé que nada podía
ser peor que lo de la duquesa.
De
repente algo me tocó. Di un grito y la criatura se sobresaltó y
gritó también. Aunque ya no parecía ese aullido de hacía unos
instantes. Abrí los ojos, dispuesto a morir luchando, como dijo el
poeta, o debería de haberlo dicho. Busqué algo que me sirviera de
arma, pero lo más parecido que encontré fue medio palote
mordisqueado y pegajoso. Ya me imaginaba los titulares del Diario de
Cádiz: joven y valiente profesor mata a una criatura infrahumana
con medio palote. Tengo que aclarar que en esa época aún era
joven. Así que decidí atacar.
En el
momento en que casi le clavo el palote (por la parte no pegajosa ni
mordisqueada, evidentemente) me detuve. De repente todo cambió. La
luz se hizo en mi camino -no sé si influyó el darle al interruptor-
y todo se transformó. La sombras dejaron de serlo. Y la criatura
dejó de ser terrorífica. La criatura era un compañero de cuyo
nombre no quiero acordarme. En verdad es que no me acuerdo, pero
queda mejor lo otro. Y sentenció una frase que golpea en mi cabeza
siempre que tengo una evaluación en diciembre: “Creo que me han
sentado mal los garbanzos, colega”.
No sé
si fue San Torrente. Pero de golpe todo encajó: los alaridos y
berrido eran los de mi querido compañero intentando exorcizar los
garbanzos en el cuarto de baño del final del pasillo; el olor a
putrefacción no era el propio de criaturas o fantasmas, era esa
mezcla de garbanzos, chorizo, morcilla y tinto que aquella criaturita
expulsó de su cuerpo para siempre jamás. No había visto un
fantasma. Había sido testigo lejano de una diarrea invernal. Desde
entonces no como garbanzos, ni escucho La Ramona. Ni como palotes.
Tal vez debería de no ir a las evaluaciones... O tal vez sí. Desde
entonces no es raro ver que, de vez en cuando, algún cuarto de baño
se atasca. Son los garbanzos rebeldes, que no quieren abandonar las
tuberías.
Pero
no, amigos, no era eso lo que quería contaros realmente. Y es que no
sé si la leyenda del espíritu que arrastra las cadenas es cierta o
no. O la leyenda del alumno-tiza. Pero hay otra que sí lo es. Y es
que lo más antiguos en el centro hablan de otro tipo de apariciones.
Pero son puntuales, en una fecha concreta. Y el problema de esas
apariciones es que o lo pillas ese día o se van para siempre hasta
la próxima cita. Así que este año decidí comprobarlo. Llevaba
años preparándome. De hecho, me aprendí tres canciones más por si
las necesitaba. Y aquí os presento los frutos.
Tengo
que decir que tenía cierto miedo de enfrentarme a lo desconocido.
Así que contacté con Iker Jiménez, director de Cuarto Milenio.
Bueno, con contacté quiero decir que le mandé 27 correos aunque
nunca me contestó. Bueno, me contestó un vez para decirme
“multiplícate por cero”, aunque nunca supe realmente qué quiso
decir con eso. Supongo que significa que ya me llamaría.
Al
grano. Cuenta la leyenda, que en las mañanas de Halloween se pasea
por el centro un espectro, mitad hombre mitad pollo. Los ancianos del
lugar no dan una explicación cierta del fenómeno, aunque circulan
algunas teorías más o menos fiables. La primera de ellas dice que
es Pollo-Man, un superhéroe que vuelve del más allá para salvar a
todos los pollos del mundo de ser convertidos en nuggets. Esta teoría
no tiene fundamento científico.
La
segunda teoría afirma que puede tratarse de Francis,
un mutante legendario que habita todo el año en universos paralelos
y se manifiesta a los humanos ese día para asustarlos. Según Esopo,
en su obra “Mitos, más mitos y mimitos”, ese ser llegó a
ser en sus orígenes una persona normal, incluso dotado de cierta
inteligencia y sabiduría, pero de tanto filete de pollo a la plancha
sufrió una mutación en el cromosoma 7A (algunos dicen que es el B)
y el último día de octubre se pasea por el centro. Su misión,
siempre según Esopo, es que la gente no coma filetes de pollo a la
plancha. Que coman chanwis de queso.
La
última teoría, tal vez la más creíble, nos habla de que nuestro
amado instituto está construido sobre lo que fue una próspera
granja de pollos, y su dueño, al que toda la ciudad llamaba Paco el
Pollero estaba tan enamorado de su trabajo que se pasaba todo el día
pensando y hablando de pollos. Era un pollo viviente. De hecho, pensó
en casarse con una gallina, pero las autoridades eclesiásticas de la
época no vieron la idea con buenos ojos. En su lecho de muerte,
pidió a una vidente de Medina que le hiciera un ritual para
reencarnase en pollo, pero la reencarnación salió regular y renació
convertido en pollo-hombre, una nueva raza, cuyo destino -según le
dictaron los propios espíritus del más allá- sería liberar a
todos los pollos desgraciados a los que disfrazan en los mercados de
la ciudad el día de la festividad de tosantos, y conducirlos al
paraíso pollero, que es un paraíso pero nada más que para pollos.
Indagando
en la bilblioteca del centro, me topé con una obra poco conocida del
sobrino-nieto de Nostradamus, el famoso vidente. En ella leí algo
que me estremeció, y que me hizo ver claramente su relación con
este caso. En concreto en la página 31, aparece lo siguiente:
Y
en la logia habrá gritos. Y lloverán gotas de agua que se
transformarán en pienso. Pienso luego existo. Y de cada pienso
brotará una pica, y de cada pica saldrá un rey con cabeza de pollo.
Pero solo un pollo será el verdadero: aquel que dirija la logia. Y
nos visitará en el mes calandrio de puro estorpio. Y eso cada año.
Y el lugar se llama(rá) Kort-dura. Y el rey-pollo será llamado
Pakus.
Dejo
al lector la interpretación de la profecía. Me puse en contacto de
nuevo con Iker, aunque no me contestó. A lo mejor le caigo mal. Pero
lo importante es que este año me armé de valor y coloqué cámaras
espectrales VX-34 por todos los pasillos. Son cámaras especiales
para captar imágenes del más allá. Las del más acá no las capta
muy bien. Y llegó el momento sublime. Llegó lo esperado durante
años. Al fin, una forma de demostrar lo que siempre había
escuchado: grabé algo. Es una figura extraña, pero que encaja con
las descripciones de la leyenda. Su visión me erizó los pelos (los
pocos que me quedan). Algo sublime. Pero no quiero ser yo quien lo
juzgue. Os dejo la imagen. (Llámame, Iker, por tu madre).
Juan Antonio Andrades
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