jueves, 5 de diciembre de 2013

Historias del más allá en el Cortadura


Tengo que reconocerlo: desde que llegué a este centro tuve la sensación de enfrentarme a presencias extrañas. Y no me refiero al instante en que conocí al director, o a la visión de ciertos profesores o alumnos, -que lo son-, sino a presencias extrañas de verdad, de las que te hacen temblar de arriba a abajo. Siempre supe que había un lado oscuro en este centro.

Desde el primer instante los profes más viejos del centro hablaban casi a escondidas de historias y leyendas extrañas; curiosas la mayoría de las veces. De todas, la que me impactó más en un principio fue la que se conocía como la Leyenda del alumno-tiza. Después de mucho preguntar, pude reconstruir la historia más o menos como debía haber sucedido: cuenta la leyenda que un alumno odiaba tanto el instituto que para evitar que los profesores dieran clase, guardaba todas las tizas que encontraba dentro de un azulejo de un pasillo. Así durante semanas y semanas. Este hecho enfadó mucho a Tizón, el dios de las tizas, de forma que un día lanzó su maldición sobre el alumno y lo convirtió en tiza. Y quedó petrificado (bueno, realmente tizaficado).Y lo llamaron el alumno-tiza.
Según cuentan, todos los azulejos blancos que faltan o se caen de los pasillos, son obra del fantasma del alumno-tiza, que busca desesperadamente el lugar donde guardó las tizas que fue escondiendo en vida. El espíritu cree que el día que las encuentre desaparecerá la maldición. Y su cuerpo (cuerpo-tiza, mejor dicho) se conserva en algún lugar secreto del instituto, concretamente envuelto en papel higiénico, y custodiado por tres Guardianes que se camuflan como trabajadores o alumnos del centro; ellos son los únicos vivos que conocen el lugar exacto de su ubicación. Desde hace años he intentado buscar el cuerpo-tiza por todos los rincones, pero sin éxito. También he intentado saber los nombres de los tres Guardianes, pero tampoco he conseguido nada. Y aunque tengo alguna pista, seguiré indagando hasta estar seguro.

De todas formas, mi primera experiencia paranormal en el centro fue tras una sesión de evaluación. Recuerdo que era diciembre, porque mi polar olía a anís -y no creo que fuese de un caramelo precisamente- y además tenía restos de turrón de chocolate Hacendado en uno de los bolsillos del pantalón. En el otro bolsillo había una masa pegajosa, que debían ser restos de pestiños. Pero no podría jurarlo. Era pegajoso y olía a rancio. A lo mejor eran restos del año anterior.

Debía de ser tarde, cerca de las 9 de la noche -para que digan que no trabajamos- y soplaba un gélido viento del norte. Al terminar la sesión en la biblioteca, me dirigí arriba, hacia la sala de profesores a recoger mi carpeta. No es que tuviera nada en la carpeta, pero la usaba para entrar y salir del instituto con algo en las manos. Quería dar la apariencia de buen profesor, cosa que nunca he conseguido, por cierto.

A esas horas no quedaba ningún profesor en el centro, así que me apresuré para que Manolo y Paco pudieran cerrar. De repente, al acercarme a la puerta de la sala, oí unos sonidos extraños al final del pasillo. No sabría definirlos bien: una mezcla de berridos, bramidos, alaridos y cosas parecidas. Era uno de esos momentos en los que parece que el mundo se detiene ante tus ojos y el miedo y la curiosidad se mezclan formando una combinación explosiva. El pasillo estaba oscuro, por lo que no adivinaba que podía ocurrir. Me quedé aterrado, paralizado, casi como el pasado año cuando me enteré de que no cobraría la extra de Navidad. Un sudor empezó a recorrer mi espalda. No sé si era por el miedo o por las dos camisetas enguatadas de Decathlon que llevaba. Nunca lo sabré. Pero sudaba lo mío.

Verdaderamente estaba paralizado. Mi madre siempre me había dicho de pequeño que cuando tuviese miedo cantase una canción. Intenté recordar alguna pero no me venía ninguna a la cabeza. De pronto vino la inspiración, y empecé a tatarear La Ramona. No la versión de King África, sino la original. Yo en esos asuntos soy muy vintage. (Nunca he entendido qué significa eso, pero siempre queda bien soltarlo de vez en cuando).

Tenía mucha hambre, ya que esa tarde mi madre (la de la canción) me había castigado sin merendar por haber suspendido a muchos alumnos. Además de hambre tenía ganas de comer. Ahí mismo entendía lo del refrán popular que dice que “se han juntao el hambre y las ganas de comer”. ¡Qué sabia es la sabiduría popular! Así que mi estómago empezó a emitir sonidos extraños, solapándose a los bellos acordes de la Ramona y acompañando a los espantosos sonidos de la criatura. Porque sí, a esas alturas de la historia, estaba seguro de que alguna criatura extraña estaba cerca de mí.

Mientras cantaba la parte de tiene un globo por cabeza y no se le ve el pescuezo recordé las palabras de un compañero de esa época en el instituto que decía que a veces se oían sonidos de cadenas arrastrándose por el suelo en el centro. Se rumoreaba que había algún espíritu burlón que moraba entre las aulas y pasillos. Tal vez algún alumno que no entendió las fracciones y su espíritu volvió buscando venganza, o tal vez el alumno-tiza. Pero no, el sonido no parecía ni de cadenas ni de fracciones ni de tiza. Más bien era el aullido de una bestia terrorífica. Recordé entonces la leyenda del Cortadurcornio, un ser mitológico mitad Cortadura y mitad Unicornio, pero no creo que fuera el caso. Por si acaso, decidí largarme lo más pronto posible. Y es que siempre me han dado miedo esas cosas. Yo nunca he visto una película de miedo. Lo más de miedo que he visto ha sido un capítulo de Doraemon en el que se viste de Drácula. Y me tuve que tapar la cabeza con una colcha...

De repente, algo se movió. No lo vi debido a la oscuridad, pero lo sentí. Hay cosas que se sienten, aunque no las veas. Y me quedé petrificado. Un nauseabundo olor llegó a mis narices. Pensé: tengo que lavarme los pies más a menudo. Pero no era el olor de mis pinreles. Era todavía más desagradable (cosa que, por cierto, no creí que existiera). Tal vez era el olor de la muerte. O era la propia muerte en persona. Era la putrefacción en su estado más puro. Es decir, la puraputrefacción. No sabía qué hacer. Si me tapaba la nariz, no podía cantar bien, y ya iba por la estrofa de a lo lejos viene un barco de balleneros, han tirao las redes, la remolcan por los pelos. Pero si no me la tapaba iba a desmayarme. No vivía una situación de decisión tan crítica desde que un día en el cole hicieron un Desayuno Andaluz y tuve que decidir entre un batido de fresa o chocolate. Y lo recuerdo como algo traumático, porque el maestro me dijo: tú eres tonto chaval. Y todo porque puse en el papelito que había que entregar que lo quería de vainilla...

Y sucedió lo inevitable: la criatura, o lo que fuese, venía hacia mí. Eran pasos seguros y firmes. La criatura debía ser corpulenta. Aunque he de reconocer que para mí casi todo el mundo es corpulento. Cerré los ojos y me encomendé a San Torrente, patrón de los putrefactos. Apreté los ojos todo lo que pude. No recuerdo haber apretado tanto los ojos desde que me mandaron al móvil una fotos de la Duquesa de Alba en top-less. Casi se me salen los ojos de las órbitas. No podía articular palabra u letra de canción posible. La Ramona dejó de oírse en el centro. Mi corazón latía sin parar. Pensé en lo peor... Aunque instantáneamente pensé que nada podía ser peor que lo de la duquesa.

De repente algo me tocó. Di un grito y la criatura se sobresaltó y gritó también. Aunque ya no parecía ese aullido de hacía unos instantes. Abrí los ojos, dispuesto a morir luchando, como dijo el poeta, o debería de haberlo dicho. Busqué algo que me sirviera de arma, pero lo más parecido que encontré fue medio palote mordisqueado y pegajoso. Ya me imaginaba los titulares del Diario de Cádiz: joven y valiente profesor mata a una criatura infrahumana con medio palote. Tengo que aclarar que en esa época aún era joven. Así que decidí atacar.

En el momento en que casi le clavo el palote (por la parte no pegajosa ni mordisqueada, evidentemente) me detuve. De repente todo cambió. La luz se hizo en mi camino -no sé si influyó el darle al interruptor- y todo se transformó. La sombras dejaron de serlo. Y la criatura dejó de ser terrorífica. La criatura era un compañero de cuyo nombre no quiero acordarme. En verdad es que no me acuerdo, pero queda mejor lo otro. Y sentenció una frase que golpea en mi cabeza siempre que tengo una evaluación en diciembre: “Creo que me han sentado mal los garbanzos, colega”.

No sé si fue San Torrente. Pero de golpe todo encajó: los alaridos y berrido eran los de mi querido compañero intentando exorcizar los garbanzos en el cuarto de baño del final del pasillo; el olor a putrefacción no era el propio de criaturas o fantasmas, era esa mezcla de garbanzos, chorizo, morcilla y tinto que aquella criaturita expulsó de su cuerpo para siempre jamás. No había visto un fantasma. Había sido testigo lejano de una diarrea invernal. Desde entonces no como garbanzos, ni escucho La Ramona. Ni como palotes. Tal vez debería de no ir a las evaluaciones... O tal vez sí. Desde entonces no es raro ver que, de vez en cuando, algún cuarto de baño se atasca. Son los garbanzos rebeldes, que no quieren abandonar las tuberías.

Pero no, amigos, no era eso lo que quería contaros realmente. Y es que no sé si la leyenda del espíritu que arrastra las cadenas es cierta o no. O la leyenda del alumno-tiza. Pero hay otra que sí lo es. Y es que lo más antiguos en el centro hablan de otro tipo de apariciones. Pero son puntuales, en una fecha concreta. Y el problema de esas apariciones es que o lo pillas ese día o se van para siempre hasta la próxima cita. Así que este año decidí comprobarlo. Llevaba años preparándome. De hecho, me aprendí tres canciones más por si las necesitaba. Y aquí os presento los frutos.

Tengo que decir que tenía cierto miedo de enfrentarme a lo desconocido. Así que contacté con Iker Jiménez, director de Cuarto Milenio. Bueno, con contacté quiero decir que le mandé 27 correos aunque nunca me contestó. Bueno, me contestó un vez para decirme “multiplícate por cero”, aunque nunca supe realmente qué quiso decir con eso. Supongo que significa que ya me llamaría.

Al grano. Cuenta la leyenda, que en las mañanas de Halloween se pasea por el centro un espectro, mitad hombre mitad pollo. Los ancianos del lugar no dan una explicación cierta del fenómeno, aunque circulan algunas teorías más o menos fiables. La primera de ellas dice que es Pollo-Man, un superhéroe que vuelve del más allá para salvar a todos los pollos del mundo de ser convertidos en nuggets. Esta teoría no tiene fundamento científico.

La segunda teoría afirma que puede tratarse de Francis, un mutante legendario que habita todo el año en universos paralelos y se manifiesta a los humanos ese día para asustarlos. Según Esopo, en su obra “Mitos, más mitos y mimitos”, ese ser llegó a ser en sus orígenes una persona normal, incluso dotado de cierta inteligencia y sabiduría, pero de tanto filete de pollo a la plancha sufrió una mutación en el cromosoma 7A (algunos dicen que es el B) y el último día de octubre se pasea por el centro. Su misión, siempre según Esopo, es que la gente no coma filetes de pollo a la plancha. Que coman chanwis de queso.

La última teoría, tal vez la más creíble, nos habla de que nuestro amado instituto está construido sobre lo que fue una próspera granja de pollos, y su dueño, al que toda la ciudad llamaba Paco el Pollero estaba tan enamorado de su trabajo que se pasaba todo el día pensando y hablando de pollos. Era un pollo viviente. De hecho, pensó en casarse con una gallina, pero las autoridades eclesiásticas de la época no vieron la idea con buenos ojos. En su lecho de muerte, pidió a una vidente de Medina que le hiciera un ritual para reencarnase en pollo, pero la reencarnación salió regular y renació convertido en pollo-hombre, una nueva raza, cuyo destino -según le dictaron los propios espíritus del más allá- sería liberar a todos los pollos desgraciados a los que disfrazan en los mercados de la ciudad el día de la festividad de tosantos, y conducirlos al paraíso pollero, que es un paraíso pero nada más que para pollos.

Indagando en la bilblioteca del centro, me topé con una obra poco conocida del sobrino-nieto de Nostradamus, el famoso vidente. En ella leí algo que me estremeció, y que me hizo ver claramente su relación con este caso. En concreto en la página 31, aparece lo siguiente:

Y en la logia habrá gritos. Y lloverán gotas de agua que se transformarán en pienso. Pienso luego existo. Y de cada pienso brotará una pica, y de cada pica saldrá un rey con cabeza de pollo. Pero solo un pollo será el verdadero: aquel que dirija la logia. Y nos visitará en el mes calandrio de puro estorpio. Y eso cada año. Y el lugar se llama(rá) Kort-dura. Y el rey-pollo será llamado Pakus.

Dejo al lector la interpretación de la profecía. Me puse en contacto de nuevo con Iker, aunque no me contestó. A lo mejor le caigo mal. Pero lo importante es que este año me armé de valor y coloqué cámaras espectrales VX-34 por todos los pasillos. Son cámaras especiales para captar imágenes del más allá. Las del más acá no las capta muy bien. Y llegó el momento sublime. Llegó lo esperado durante años. Al fin, una forma de demostrar lo que siempre había escuchado: grabé algo. Es una figura extraña, pero que encaja con las descripciones de la leyenda. Su visión me erizó los pelos (los pocos que me quedan). Algo sublime. Pero no quiero ser yo quien lo juzgue. Os dejo la imagen. (Llámame, Iker, por tu madre).



Juan Antonio Andrades

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Contador de visitas