lunes, 6 de enero de 2014

"Odio la Navidad" por J. A. Andrades

Para cerrar la Navidad, os dejamos un artículo de J.A.Andrades.


             Explicar los motivos por los que odio la Navidad me llevaría páginas y páginas. Pero como dispongo nada más que de una, trataré de ir al grano. El primer desengaño que tuve fue cuando tenía 7 años, y pedí con toda mi ilusión a los Reyes Magos la Nancy Barbuda. Y es que, queridos lectores,  en esa dulce época de mi vida,  mi único interés radicaba en el mundo del circo, especialmente desde que vi por el UHF un programa de Ángel Cristo, insigne domador de todo tipo de fieras. Debido a ese desorbitado interés, tenía entre mis preciados juguetes casi un circo al completo: leones, tigres, payasos, trapecistas,... pero me faltaba el punto friki. Y una mujer barbuda sería el colofón. Tendría el éxito asegurado, así que lo puse en mi carta. Pero la ilusión se esfumó. La Nancy Barbuda no apareció en mi casa. Ni siquiera la posibilidad remota de un kit formado por la Nancy Barbilampiña por un lado, una barba por otro y un poco de pegamento de contacto para unirlos por otro, apareció en el sofá de sky de mi salón. Los Magos de Oriente pasaron de mí. A cambio, me dejaron una caja de 45 Juegos Reunidos Geyper, que para quien no lo sepa, consiste en una gran caja con 45 juegos distintos, pero todos muy raros, ya que nunca he conocido a nadie que supiera jugar a otros juegos que no fueran el parchís, la oca, las damas y el ajedrez. Sobran 41.

            Al siguiente año mi interés por el circo había desaparecido, fundamentalmente desde que Ángel Cristo fue atacado por unos leones y descubrí que no era un ser inmortal. Además, el hecho de que engordara unos kilos y cuando iba ataviado con su chaleco de purpurina rojo dejara ver unos peludos michelines, no fue del todo de mi agrado. Dejó de ser mi ídolo. Me pasé a la magia. Mi ídolo nuevo era Tamariz. Así que mi regalo estrella giraría en torno a la magia. Pero para asegurarme el éxito, decidí  atacar por partida doble y pedí una caja de Magia Borrás tanto a los Reyes como a Papá Noel. Una apuesta segura. Además, mi carta a los Reyes la dirigí personalmente a Baltasar, ya que los niños de mi clase decían que era el rey más rico. Con 8 años, y unas ganas tremendas de aprender magia, esperé ansioso el día de Navidad.

            Cuando me levanté había, junto al árbol, un bonito paquete que ponía J.A. Supuse que era para mí, a pesar de que mi hermana se llama Julia Angelita, y mi hermano pequeño Jaime Anselmo. No era muy grande, -me refiero al paquete, no a mi hermano- lo cual me hizo sospechar algo raro. Cuando lo abrí, no estaba la caja maravillosa de magia que esperaba. En su interior yacía una escuálida baraja de cartas que ni siquiera estaba en un estuche. Un goma elástica las sujetaba. Algunas cartas estaban hasta rotas. Pensé que se habrían caído del trineo, y que Rudolph las habría pisoteado. Pero es que además estaban algo mugrientas, con los bordes negros. Sería de la suciedad de las pezuñas. Pero lo que no entendía era porqué en el dorso de las cartas venía impreso en letras amarillas y azules “Peña Mágico González”. El hecho de que algunas cartas olieran a aceitunas y a cazón en adobo me hizo sospechar de que  existía una remota posibilidad de que las cartas no fueran nuevas. Tal vez Papá Noel fuera un aficionado a la magia con cartas y las había probado antes de regalármelas. O tal vez no, ya que entre las cartas había varios trozos de servilletas de papel con restos de comida y aceite. Incluso entre el 3 de picas y el 2 de corazones había una patata frita. Eran cartas usadas. Hipótesis: Papá Noel me odiaba.

            Pero aún quedaba Baltasar y seguro que mi gran caja de magia estaba al caer. Cuando el 6 de enero me dirigí hacia el sofá -el mismo de sky del año anterior, aunque con una colcha de croché por encima que había hecho mi abuela,- y todavía con el salón en penumbras, adiviné a ver una gran caja. Estaba nervioso. Me temblaba el pulso. Llegué a donde estaba la caja en el momento justo de que mi hermana encendió la luz. Y ¡oh sorpresa! la caja famosa no estaba y en su lugar había otra caja de Juegos Reunidos Geyper, aunque esta vez de 25. Sobraban 21. No voy a transcribir lo que pasó por mi cabeza en ese momento, ni lo que pensé en concreto de Baltasar. Pero me prometí que en la cabalgata del año siguiente le tiraría los 21 juegos sobrantes a la cabeza. Mejor los 21 más los 41. Y lo hice, aunque el lanzamiento provocara un guantazo de mi progenitor masculino. Hipótesis: los reyes magos que son de color (negro) me odiaban.

            Podría seguir contando más detalles navideños, como cuando al año siguiente pedí una tele para mi cuarto y me trajeron una de plástico de las que ponen en las tiendas de muebles, con un cable pegado con cinta aislante; o lo del trauma sin cicatrizar de tener que probar cada Navidad los pestiños que hacía mi abuela (la del croché), que rondaba los 98 años. Y es que toda mi familia le seguía la corriente y decía que estaban buenísimos. Así pues, cada vez que iba a verla -cosa que sucedía a menudo- me endiñaba una par de pestiños. Durante esa época pensaba que un pestiño era una masa deforme  extremadamente dura y bañada en un producto viscoso con trozos de croqueta incrustados que abrasaba la garganta.  Años después me enteré de que los pestiños no son exactamente así, y que lo viscoso debería haber sido miel. Nunca pregunté porqué mi abuela murió de una gastroenteritis un 27 de diciembre. Lo que sí descubrí hace dos semanas es que por lo visto todo el mundo de mi familia tiraba los pestiños a las macetas existentes en casa de mi abuela, menos el pringadillo que os habla que se los comía enteritos. Hace dos semanas también entendí porqué me pasaba las vacaciones de Navidad de esos años siempre con dolor de barriga. Hipótesis: mi familia me odiaba.

            Como es lógico, empecé a odiar la Navidad, y aún la odio. No quiero saber nada ni de los Reyes Magos (mucho menos del de color negro), ni de Papá Noel, ni de pestiños. Fui un niño despreciado por todos. Mi destino estaba claro  y escrito: sería un marginado en la vida. Y así ha sido. He terminado de profesor.

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