¿Inocente
o culpable?
Pablo
Ibar es un vasco de 42 años residente desde niño en EE.UU., lleva
20 años encarcelado de los cuales los últimos 14 los ha pasado en
el corredor de la muerte. Se encuentra en la prisión estatal de
Raiford de Florida.
Se
le acusa de un triple asesinato, el de un propietario de un club de
alterne y de dos modelos. Los tres asesinados con un tiro en la nuca.
Esto sucedió en 1994. La agresión y
el asesinato fueron grabados por una cámara oculta que había
en la vivienda donde se produjeron
los hechos.
Varias
semanas más tarde, Pablo es detenido por otro delito. La policía
cree que el rostro de la persona que aparece en las imágenes que se
grabaron del asesinato guarda gran parecido con el detenido.
Tras
seis años de aplazamientos, el 14 de junio del año 2000 Pablo Ibar
es condenado a muerte por el triple asesinato. Desde ese día espera
su ejecución en el corredor de la muerte de la prisión de Florida,
“por un crimen que no cometí. Soy inocente” asegura una y otra
vez. “Si hubiera tenido dinero para un buen abogado no estaría en
el corredor de la muerte”.
En el
caso de Pablo Ibar, hay lo que se denomina en el lenguaje jurídico
duda razonable. La única prueba que existe es una imagen
borrosa captada por una cámara de seguridad, las pruebas de ADN
dieron negativas y tampoco se encontraron restos de sangre o de
cabello de Pablo en el lugar del crimen.
Pablo
se aferra a un nuevo juicio que pueda abrirle las puertas a la
libertad.
Cuenta
con el apoyo de Tanya, su esposa, “su ángel” según él. Tanya
es la joven de 16 años con la que estaba la noche del crimen, según
su declaración y confirmada por la propia Tanya. “Por eso Tanya
sabe que soy inocente y me apoya, y me ama. Sin ella, moriría”. Es
tal el amor entre ellos que contrajeron matrimonio en la prisión,
separados por un cristal.
Tanya
recorre cada sábado 800 km para ver a
Pablo. Se abrazan y charlan aunque
tienen restricciones para estar juntos.
Solo se les permite dos besos, uno a
la entrada y uno a la salida y desde
hace trece años, desde que está en el corredor de la muerte, no
mantienen relaciones íntimas.
Cuando
Pablo entró en prisión tenía 22 años. En el mundo que conoció no
existía Internet, no había teléfonos móviles y los coches no eran
como los de ahora.
La
vida en la cárcel y en concreto en el corredor de la muerte está llena de dificultades, no tiene
oportunidad de aprender, no se le permite ordenadores ni teléfonos y
los presos sólo pueden ver la tele (que compran ellos mismos) un par
de horas al día. Esa es su única distracción.
“Es
duro aguantar aquí solo tantas horas y no volverse loco” asegura.
Finalmente,
Ibar se encontró con una esperanza cuando el tribunal que lo juzgó
anuló la sentencia de pena de muerte en forma de recurso presentado
por el Estado de Florida ante
el Supremo.
En el
siguiente enlace se puede ver una entrevista realizada a Pablo Ibar
donde cuenta su caso y su vida desde que fue condenado:
http://www.rtve.es/noticias/20140522/ultima-verdad-condenado-eeuu-cuando-preso-dicen-va-morir/941820.shtml
Ana
Jaramillo Vela
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